Américo, nacido en la costa de
Perú, no comparte ningún fundamento cultural con unos ni otros. Su madre nació
en una ciudad del Amazonas, su padre una aldea rural a los pies de Los
Andes. Dos lugares donde se habla quechua. Sin embargo, ni su madre ni su padre
hablaban el idioma (tampoco quisieron aprenderlo). Américo recuerda con orgullo
escuchar a sus abuelos hablando entre ellos en quechua, también a sus vecinos y
familiares más viejos, durante sus visitas al pueblo, de niño. Sin embargo, no
recuerda sentir un impulso por aprender el idioma y recuperar sus raíces
culturales hasta mucho más tarde, cuando ya era un estudiante universitario en
Lima y después, al realizar su doctorado en Miami, Florida.
¿A qué se debió ese tardío
interés? Al estigma: “Algunas estadísticas sugieren que el 60% de la
población de Cusco habla quechua, pero que no tienen necesidad –o voluntad– de
hablarlo. Mis padres sucumbieron a la reputación estigmatizada de la que es
víctima el quechua: un estigma desafortunado, marcado por el legado colonial…
En Perú se han formado determinadas jerarquías sociales que discriminan a los indígenas
o comunidades con determinados estilos de vida, facciones raciales, vestimentas
o que hablan determinadas lenguas. El quechua ha sido un motivo de discriminación.
En mi opinión, las raíces quechuas han ido quedándose en un segundo plano
debido a su falta de prestigio social. Nunca pensé demasiado en este aspecto de
mi identidad, a pesar de que siempre estuvo ahí, incluso dejando huella en mi
español hablado”.
Tras los recientes acontecimientos
de Charlotesville, Virginia, Américo cree que hoy más que nunca es importante
redefinir el concepto de la narrativa estadounidense, sobre todo de la
identidad americana. Fue este concepto de “identidad” lo que le fascinó de
entrada, tras recibir su licenciatura en la Universidad Nacional de San Marcos,
y más adelante mientras vivía en West Kendall y trabajaba en una lavandería, a
la vez que estudiaba en la Universidad de Miami. Le intrigaba conocer las
diferentes maneras con que nosotros, sobre todo los americanos, imaginamos la
idea de nación, etnicidad y raza, y como algunas veces nuestras estrechas
definiciones resultan “arriesgadas”, porque podemos llegar a ignorar el amplio
espectro de lo que nos hace ser lo que somos.
“Es
normal, somos humanos, queremos ideas simples… Pero después de lo ocurrido en
Charlottesville, queda claro cuáles son los peligros de la simplificación, de
apuntar a “los otros”, ya que puede conducir a malentendidos, odio y la
discriminación”, comenta Américo.
Así que, movido por su interés
por las identidades, y especialmente la suya, Américo empezó a focalizar sus
estudios académicos en la cultura andina y en el quechua. Pasó una temporada en
Cusco, donde tuvo la oportunidad de mejorar el dominio del idioma, a la vez que
estudiaba el entorno cultural, histórico y sociopolítico.
El apoyo apasionado de Américo
a la conciencia cultural indígena, la celebración de la diversidad lingüística
y la necesidad de aportar visibilidad y valor a los indígenas dentro y fuera del
mundo académico han sido reconocidos por los medios locales y nacionales, las
Naciones Unidas, instituciones académicas y sociales basada en Perú y Bolivia,
y por medios de comunicación quechua tales como “Ñuqanchik”.
Ahora en UPenn
El programa de Lengua Quechua y
Cultura Andina de la Universidad de Pensilvania se propone tener un impacto más
allá de las aulas, e incluye la formación de un punto de encuentro entre
docentes y estudiantes de quechua, abierto a todo el mundo, y que cuenta con
una numerosa participación.
Sin embargo, es fácil estudiar
una cultura o una lengua sin salir de la “burbuja” académica, sin viajar o
interactuar nunca con las comunidades de origen donde se hablan. El
conocimiento va más allá de investigaciones académicas y cursos, se crea y se
construye mediante la conexión, el trabajo de campo, los viajes, la
organización de eventos como proyecciones de películas o conciertos de música.
Este intercambio de información y experiencias no solo consiste en llevar a
estudiantes de UPenn a
seminarios de investigación en Cusco, sino que también ofrece la posibilidad de
que líderes comunitarios de Perú, Bolivia y Ecuador visiten la Universidad de
Pensilvania para dar conferencias y difundir un discurso básico para la
visibilidad y educación de la cultura indígena. A menudo, relata Américo, “la
mayoría de la gente de UPenn y
del mundo de la academia en general, se sorprenden cuando ven a personas de
zonas más rurales y menos desarrolladas,o de reservas indígenas, dando
conferencias. Están acostumbrados a concebir a estos grupos como objeto
de estudio, no de quién aprender”. En ese sentido, el principal objetivo del
programa de Lengua Quechua y Cultura Andina de Penn es crear espacios para
facilitar el encuentro de identidades que son ampliadas, re-escritas,
reclamadas, re-apropiadas, y finalmente, consideradas dignas de reconocimiento.
Más
allá de la identidad
¿Por qué quechua? En cada
momento que pasa de nuestras vidas, inconscientemente o conscientemente
tratamos de dar sentido a una pregunta: ¿Quiénes somos? El idioma que hablamos
–o que usamos para expresar nuestras emociones, crear, cantar, soñar– es parte intrínseca
de nuestras identidades. Para Américo, la conexión entre el quechua y su propia
identidad es evidente, pero para algunos latinos estadounidenses, ese vínculo
puede no ser tan fuerte como, por ejemplo, con el nahuatl o incluso con el
español.
Muchos latinos estadounidenses,
usualmente de segunda o tercera generación, no saben hablar español, y ni mucho
menos el idioma o dialecto indígena de su lugar de origen. Esa carencia tiende
a venir del estigma que pesa sobre los que quieren retener la lengua de sus
hogares. Los latinos sienten que deben renunciar a esto para poder integrarse
en la sociedad estadounidense, creen que hablar inglés es parte integral de lo
que “significa” ser americano. Sin embargo, a muchos de estos latinos
estadounidenses les gustaría volver a sus raíces lingüísticas y crear una nueva
historia sobre ellos mismos, pero se hallan ante la barrera del lenguaje o
pueden sentirse intimidados por querer aprender los idiomas y dialectos de su
“madre patria”.
Parte del programa Quechua, en
un sentido más amplio, es conseguir que la gente repiense qué significa ser
estadounidense celebrando y promoviendo la diversidad de culturas y lenguas
minoritarias de todo el continente americano:
“Cada
vez hay más gente consciente de que no debe olvidarse de su identidad o sus
orígenes para poder formar parte del idealizado discurso americano. Gente que
quiere aportar su particular unicidad a la construcción de una narrativa más
rica y diversificada. Creo que esto es el punto clave. La gente se está dando
cuenta de que para construir una sociedad mejor, necesitamos recuperar quiénes
somos y fomentar la diversidad. Cuando estudian un idioma extranjero no solo
están aprendiendo palabras nuevas, no solo están aprendiendo un poco más de sus
gentes y costumbres, sean asiáticos, nativo-americanos o africanos. Están
adquiriendo un instrumento de vida básico para entender a otras culturas, y eso
tiene un valor incalculable”, asegura Américo.
En EE.UU. hemos heredado el
legado de ignorar el multiculturalismo y las raíces culturales de la
inmigración, con el fin de construir una identidad blanqueada, imaginaria y
simplificada, con la que nos animan a conformarnos.Y está limitada y
restrictiva definición de “quiénes somos” como país ha conseguido perpetuar no
sólo la intolerancia y la ignorancia, sino también la desconexión entre las
minorías y los nativo-americanos, lo que ha obstaculizado las oportunidades de
intercambio intercultural de conocimientos y creencias.
¿Cómo re-definiría su narrativa
estadounidense, y en qué id
ioma la escribiría? Esa es la reflexión magistral
que el profesor Américo Méndoza-Mori intenta transmitir en sus clases, una
lección que puede expandirse más allá del Locust Walk y alcanzar la conciencias
de toda la población de las Américas.